sábado, 14 de octubre de 2017

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968). Philip K. Dick

Una nueva entrada continúo reseñando las novelas que he seleccionado como representativas de la alteración de la realidad en la ciencia-ficción, de la mano dos grandes maestros como son Philip K. Dick y Robert C. Wilson. Voy a reseñar en esta oportunidad "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?", de Dick. Que quizá sea una de las novelas más famosas de su bibliografía, gracias a la adaptación libre que de la misma hizo en 1982 Ridley Scott, cuando la llevó al cine con el título de "Blade runner". Y que sin ser en mi opinión uno de los mejores libros de su producción, sí que posee todas las características habituales de su bibliografía: una novela tan capaz de atraer magistralmente al lector como de decepcionarlo con algunos defectos graves.

Situada en 1992 tras la Guerra Mundial Terminal que dejó la Tierra devastada, su mayor virtud es la habilidad narrativa de Dick en sus mejores años como escritor. Y es que el estadounidense crea una ambientación en la que todo contribuye al cuestionamiento permanente de la realidad, consiguiendo además la total implicación del lector. Pero este cuidado de la ambientación no implica que la trama pase a un segundo plano. Porque la utilización de androides para la imprescindible colonización de Marte, y la emancipación derivada su continua evolución, plantean la problemática de su integración en la sociedad terrestre, además de la dificultad para distiguirlos de los humanos. Una problemática de ominosas implicaciones y peligrosamente veraz en un futuro relativamente cercano. Realzada además por la atmósfera decadente y estéril del San Francisco recreado por Dick. Y enriquecida por la introducción de conceptos originales pero de fácil asimilación: el kippel, el órgano de ánimos Penfield, el test de Voigt-Kamp, el amigo Buster...

Lo que ya no resulta tan fácil de entender es la enorme importancia que la sociedad post-nuclear concede a la posesión de un animal (ya sea real o eléctrico), y que ésta constituya uno de los ejes en torno a los que gira la obra. Aunque esta reflexión me permite ensalzar el fantástico título de la novela: extravagante a primera vista, y obviamente evocador de la práctica de los humanos de contar ovejas, encierra en realidad una pregunta sorprendentemente adecuada para la narración, que el simplón título de "Blade runner" con el que recientemente se ha reeditado aprovechando el tirón de la película echa a perder.

Como decía, la novela adolece de varios defectos que impiden considerarla una novela redonda. Además del ya comentado, el que primero aparece en la lectura es la caja de empatía: ya de por sí su pretendida utilidad de comunión con otros seres humanos que se unen al perpetuo ascenso de Wilbur Marcer es discutible, pero mucho más criticable resulta de que los daños producidos durante su uso se vuelvan reales al acabar. Otro inconveniente que le resta dramatismo a la obra es que el líder de los androides, Roy Baty, no aparezca hasta el tramo final de la obra, y que su eliminación resulte decepcionamente fácil. Llama la atención, asimismo, que a Dick se le deslice alguna que otra incongruencia (por ejemplo, cuando Deckard intenta hacerse pasar por Isidore empleando su nombre, sin percatarse de que éste en ningún momento se lo ha dicho). Tampoco me gustó la identificación de Deckard con el padre del mercerismo en el tramo final de la novela, por imposible, innecesaria y confusa. Y otros defectos menores pero evidentes son la época en la que transcurre la acción (demasiado temprana para lo evolucionada de la sociedad), y que en ningún momento Dick profundice en la colonización de Marte, aludiendo a ella sólo tangencialmente.

Para concluir, citar otros aciertos que se descubren según se avanza en la lectura. En primer lugar, la habilidad para concentrar toda la acción en poco más de un día. En segundo, Rick Deckard, el protagonista apenas esbozado físicamente pero mimado psicológicamente por Dick (su desconfianza inicial, su euforia tras sus primeros éxitos, y su posterior cuestionamiento de la vida de los androides, y de toda la vida en general). Y en tercer lugar, John B. Isidore, el cabeza de chorlito no tan retrasado como Dick nos pretende hacer creer, que constituye la perfectamente aprovechada baza de sentimentalismo con la que compensar tanta negatividad. Aciertos que logran inclinar la balanza en favor de una novela con lagunas pero indudablemente recomendable.

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