domingo, 29 de octubre de 2017

Fluyan mis lágrimas, dijo el policía (1974). Philip K. Dick

Prosigo una entrada más con las reseñas de las novelas que he seleccionado como representativas de la alteración de la realidad en la literatura de ciencia-ficción, de la mano de dos reputados expertos en esa corriente como son Philip K. Dick y Robert C. Wilson. Le ha llegado el turno en esta oportunidad a Fluyan mis lágrimas, dijo el policía", la última novela que voy a reseñar de Dick dentro de esta revisión de la alteración de la realidad. Se trata de una de las pocas novelas premiadas del estadounidense (se alzó con el premio John W. Campbell), y también de una de las más recomendables (aunque ya he comentado en alguna oportunidad que para mí sus dos mejores novelas son "Los tres estigmas de Palmer Eldritch" y "Ubik"). La presente es una novela atrayente, cautivadora, que conjuga la arrolladora personalidad como escritor de Dick con una historia trepidente y menos delirante de lo que cabría esperar.

Digo cabría esperar porque la producción de Dick durante la década de los setenta arrastra la fama de estar más centradas en sus delirios autobiográficos que en las propias narraciones. Así que debo reconocer que en su momento afronté la lectura un tanto a la defensiva. Precaución que se reveló innecesaria: obviamente están presentes muchos de los rasgos habituales en su producción (un estado de tintes totalitarios, la generalización del consumo de drogas, el cuestionamiento permanente de la realidad, la sensación de deshumanización...), pero también una trama claramente definida en torno a la caída del presentador y cantante Jason Taverner, su desesperado esfuerzo por recuperar el estatus perdido, y su relación con el departamento de policía de Los Ángeles. Es cierto que existen capítulos delirantes y difíciles de aceptar (el primero de la tercera parte por encima de todos), pero también se aprecia un claro esfuerzo por dotar a la novela de continuidad y rigor (casi me atrevería a hablar de coherencia de lo narrado). Como lo prueba la cuarta parte, unas páginas dedicadas en exclusiva a atar los cabos sueltos de todos los personajes.

El dinamismo de la novela es digno de elogio, y a pesar de la continua sucesión de personajes femeninos que van acompañando a Taverner a lo largo de sus páginas, mantiene en todo momento el interés por lo que sucederá a continuación. La primera parte en especial raya a gran altura, ya que Dick dedica el tiempo justo a ponernos en situación sobre su protagonista y la sociedad en la que vive, e inmediatamente después nos sumerge en esa realidad alterada en la que Taverner no existe y lucha desesperadamente por crearse una identidad que le permita eludir los campos de trabajos forzados. La segunda parte resulta más irregular (a pesar de que en ella Dick nos da a conocer al trascendental "policía", Felix Buckman), y las continuas reflexiones sobre el amor y las recurrentes visitas al cuartel de la policía hacen que la novela se resienta un tanto. Pero después de la pirotecnia de su primer capítulo a la que aludía, la tercera parte remonta el vuelo con una sucesión de acontecimientos más sensata y un desenlace un tanto inesperado.

La novela adolece de varios fallos qe me impiden considerarla a la altura de lo mejor de su producción. El más obvio es el inverosímil giro con el que Dick explica los dos días de realidad alterada que experimenta Taverner (y es que el consumo de KR-3 no sólo afecta a Alys Buckman que es quien lo consume, sino al resto de sujetos de su entorno). Pero también es mejorable la manera cómo Taverner inicia su caída (la gelatinosa esponja Callista), los frecuentes errores con las fechas, el ya habitual en Dick de crear una sociedad demasiado avanzada para 1988 (y eso después de una Segunda Guerra Civi y la virtual eugénesis de la raza negra), y una mezcla de artilugios inverosímiles por avanzados con otros completamente anacrónicos (como los tocadiscos que tan destacado papel desempeñan en el retorno a la realidad de Taverner).

A cambio, Dick despliega todo su arsenal de provocaciones (una relación incestuosa entre los Taverner con un hijo en común, relaciones consentidas con menores de catorce años, una red transexual de rejilla telefónica, personajes femeninos obsesionados por el placer y escasos de humanidad, y gadgets por doquier (coches que vuelan e inducen al sueño a sus pasajeros, edificios que flotan por encima del suelo, proyecciones de electroencefalogramas desde helicopteros policiales...)). Un arsenal que unido a su habitual alteración de la realidad y a un argumento bien estructurado y rematado, logra que la novela resulte no sólo disfrutable, sino altamente recomendable.

sábado, 14 de octubre de 2017

¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968). Philip K. Dick

Una nueva entrada continúo reseñando las novelas que he seleccionado como representativas de la alteración de la realidad en la ciencia-ficción, de la mano dos grandes maestros como son Philip K. Dick y Robert C. Wilson. Voy a reseñar en esta oportunidad "¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?", de Dick. Que quizá sea una de las novelas más famosas de su bibliografía, gracias a la adaptación libre que de la misma hizo en 1982 Ridley Scott, cuando la llevó al cine con el título de "Blade runner". Y que sin ser en mi opinión uno de los mejores libros de su producción, sí que posee todas las características habituales de su bibliografía: una novela tan capaz de atraer magistralmente al lector como de decepcionarlo con algunos defectos graves.

Situada en 1992 tras la Guerra Mundial Terminal que dejó la Tierra devastada, su mayor virtud es la habilidad narrativa de Dick en sus mejores años como escritor. Y es que el estadounidense crea una ambientación en la que todo contribuye al cuestionamiento permanente de la realidad, consiguiendo además la total implicación del lector. Pero este cuidado de la ambientación no implica que la trama pase a un segundo plano. Porque la utilización de androides para la imprescindible colonización de Marte, y la emancipación derivada su continua evolución, plantean la problemática de su integración en la sociedad terrestre, además de la dificultad para distiguirlos de los humanos. Una problemática de ominosas implicaciones y peligrosamente veraz en un futuro relativamente cercano. Realzada además por la atmósfera decadente y estéril del San Francisco recreado por Dick. Y enriquecida por la introducción de conceptos originales pero de fácil asimilación: el kippel, el órgano de ánimos Penfield, el test de Voigt-Kamp, el amigo Buster...

Lo que ya no resulta tan fácil de entender es la enorme importancia que la sociedad post-nuclear concede a la posesión de un animal (ya sea real o eléctrico), y que ésta constituya uno de los ejes en torno a los que gira la obra. Aunque esta reflexión me permite ensalzar el fantástico título de la novela: extravagante a primera vista, y obviamente evocador de la práctica de los humanos de contar ovejas, encierra en realidad una pregunta sorprendentemente adecuada para la narración, que el simplón título de "Blade runner" con el que recientemente se ha reeditado aprovechando el tirón de la película echa a perder.

Como decía, la novela adolece de varios defectos que impiden considerarla una novela redonda. Además del ya comentado, el que primero aparece en la lectura es la caja de empatía: ya de por sí su pretendida utilidad de comunión con otros seres humanos que se unen al perpetuo ascenso de Wilbur Marcer es discutible, pero mucho más criticable resulta de que los daños producidos durante su uso se vuelvan reales al acabar. Otro inconveniente que le resta dramatismo a la obra es que el líder de los androides, Roy Baty, no aparezca hasta el tramo final de la obra, y que su eliminación resulte decepcionamente fácil. Llama la atención, asimismo, que a Dick se le deslice alguna que otra incongruencia (por ejemplo, cuando Deckard intenta hacerse pasar por Isidore empleando su nombre, sin percatarse de que éste en ningún momento se lo ha dicho). Tampoco me gustó la identificación de Deckard con el padre del mercerismo en el tramo final de la novela, por imposible, innecesaria y confusa. Y otros defectos menores pero evidentes son la época en la que transcurre la acción (demasiado temprana para lo evolucionada de la sociedad), y que en ningún momento Dick profundice en la colonización de Marte, aludiendo a ella sólo tangencialmente.

Para concluir, citar otros aciertos que se descubren según se avanza en la lectura. En primer lugar, la habilidad para concentrar toda la acción en poco más de un día. En segundo, Rick Deckard, el protagonista apenas esbozado físicamente pero mimado psicológicamente por Dick (su desconfianza inicial, su euforia tras sus primeros éxitos, y su posterior cuestionamiento de la vida de los androides, y de toda la vida en general). Y en tercer lugar, John B. Isidore, el cabeza de chorlito no tan retrasado como Dick nos pretende hacer creer, que constituye la perfectamente aprovechada baza de sentimentalismo con la que compensar tanta negatividad. Aciertos que logran inclinar la balanza en favor de una novela con lagunas pero indudablemente recomendable.

"El despertar del Leviatán" (2011). James S A Corey

Mi recorrido por los autores y las obras más relevantes del subgénero de la ciencia-ficción dura continúa avanzando con la presente entrad...