domingo, 6 de marzo de 2016

El libro de los cráneos (1972). Robert Silverberg

En esta nueva entrada continúo reseñando los principales libros de ciencia-ficción disponibles en español de Robert Silverberg, mi escritor de ciencia-ficción favorito. Voy a hablarles en esta oportunidad de "El libro de los cráneos", quizá la novela más fantástica que he reseñado hasta ahora en este humilde blog. Porque aunque está claro que no se trata de una novela de "espada y brujería" de las que tanto reniego, nunca he estado convencido de que este libro encaje en el género de la ciencia-ficción, puesto que el componente científico es inexistente, y la componente de ficción limitada. Lo que sí que tengo claro es que, siendo una novela recomendable y fechada en su quinquenio dorado, queda lejos de lo mejor de su producción, puesto que sus a estas alturas conocidas y hábilmente explotadas obsesiones quedan embarradas en una trama no del todo conseguida. Aunque los cuatro personajes protagonistas estén estupendamente caracterizados y casi basten para sostener por sí solos todo el entramado.

Y eso que la idea de partida es brillante: el "libro de los Cráneos", un manuscrito de origen medieval, perfectamente creíble con su estructuración en misterios y su catalán latinizado, sugiere la existencia de una secta oculta en pleno desierto de Arizona que ofrece la inmortalidad de dos miembros de cada grupo de cuatro acólitos, a cambio de la muerte de los otros dos. De esta forma, Silverberg consigue ya su elenco de personajes en los que profundizar en este viaje iniciático, y garantiza el interés del lector hasta el final. Pero ello da lugar a uno de los dos defectos principales de la novela: la desaparación del elemento sorpresa. Porque la secta existe, por supuesto, y como no podía ser de otra forma ofrece realmente la inmortalidad. De hecho, esta ausencia del elemento sorpresa provoca que el tramo de la novela que transcurre hasta que los cuatro universitarios llegan al Monasterio resulte excesivamente largo.

La estructura de la novela refrenda una vez más la calidad literaria de Silverberg: capítulos narrados siempre en primera persona por cada uno de los cuatro protagonistas (Eli, el investigador judío y alter ego del autor; Ned, el bufón homosexual; Timothy, el apuesto vividor; y Oliver, el vigoroso campesino). Personajes que mediante ese complejo recurso literario quedan caracterizados a la perfección, y que se comportan en todo momento en consecuencia con sus rasgos principales. Personajes que permiten a Silverberg introducir sus habituales reflexiones sobre los sentimientos y comportamientos de los seres humanos, centradas en esta ocasión en los éxitos y fracasos amorosos con la religión como trasfondo.

Paradójicamente este tratado sobre cuatro jóvenes en el cénit de su época sexual provoca en mi opinión el otro defecto importante de la novela: la mayor parte de los pasajes de acción son encuentros sexuales presentes o pretéritos, no siempre relevantes para el desarrollo de la misma. Hasta el punto de que en ocasiones pueden resultar redundantes. Si a ello le añadimos las típicas páginas "alucinatorias" de prácticamente toda novela de Silverberg de aquella época (estábamos en plena New Wave), y un estilo en ocasiones inesperadamente subido de tono, desabrido, irreverente, se comprenderá porque no incluyo esta novela entre lo mejor de la producción del estadounidense.

A cambio, no puedo dejar de resaltar el atrayente marco escénico principal: por una parte, los parajes de Arizona, solitarios, impersonales, nada turísticos, ideales para la trama ideada por Silverberg. Y por otra, el propio Monasterio de los Cráneos: sus cráneos de jade, sus enigmáticos y musculosos monjes en vaqueros (Antony, Javier, Miklos...), la solidez de sus rutinas diarias, la disciplina... Una atmósfera que atrapa por igual a los protagonistas y al lector, y que culmina con los episodios de las confesiones de uno a otro. Un marco escénico más meritorio si tenemos en cuenta la extensión del libro, tan conciso como Silverberg nos tenía acostumbrados por aquel entonces.

Para terminar, destacar que el desenlace está a mi modo de ver a la altura de lo esperado: hay quien se marcha, quien asesina, quien se suicida... Y todo de manera sorprendente para el lector, que probablemente esperaba ese tipo de acontecimientos pero en otros personajes: un mensaje nítido e intencionado del escritor sobre la fragilidad, las ambiciones y el sentimiento de culpa, que perdura una vez terminada la lectura.

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