lunes, 24 de marzo de 2014

San Leibowtz y la mujer Caballo Salvaje. Walter M. Miller Jr. (1997)

Prosigo mis entradas dedicadas a las sagas más relevantes disponibles para el lector en español. Le toca en esta oportunidad a la saga de San Leibowitz, de Walter M. Miller Jr. Que está compuesta por dos novelas:

Cántico por San Leibowitz (1959)
San Leibowtz y la mujer Caballo Salvaje (1997)

La primera de ellas es, como ya indiqué cuando la revise hace un par de años en este mismo blog, una de mis novelas favoritas del género, además de una de las obras más singulares y respetadas a las que ha dado lugar. Por ello sus muchos seguidores siempre tuvieron la esperanza de una continuación, aunque en vida de Miller ésta nunca llegó a aparecer. No obstante, a su muerte en 1996 su agente recopiló las más de 500 páginas que Miller había ido escribiendo a lo largo de los años para una supuesta continuación, y pidió al también escritor Terry Bisson que las revisara y completara para dar forma a la esperada segunda parte, apoyándose además en las notas manuscritas que había dejado Miller. Al parecer Bisson no tuvo que añadir demasiado (apenas 50 páginas), por lo que finalmente en 1997 vio la luz "San Leibowtz y la mujer Caballo Salvaje", la esperadísima continuación.

Lamentablemente, aunque se trata de una novela digna e interesante, el resultado quedó lejos de las excelencias de la original. Fundamentalmente por dos razones: algunos paisajes reiterativos y un cuestionable equilibrio entre catolicismo y creencias nómadas. De hecho, se nota que su gestación costó mucho esfuerzo, e incluso que aún no estaba suficientemente pulida como para ser publicada.

A ello contribuye de forma decisiva que Miller escogiera para ambientar esta novela el periodo menos atractivo y menos logrado de los tres que conformaban "Cántico por San Leibowitz": "Fiat Lux". Un periodo en el que la "civilización" empieza a despertar tras siglos de oscurantismo, y que por tanto supone la pérdida del misterio y el misticismo que tan magistralmente había recreado Miller en la novela original. Y es que aunque el escritor sigue dominando tanto el ambiente de las órdenes monásticas como la jerarquía católica en general, su cohabitación con las denominadas Tres Hordas (Perro Salvaje, Saltamontes y Conejo) y con el expansivo imperio de Texark no es del todo convincente. Como tampoco lo es la caracterización de las figuras, ritos e incluso costumbres de los nómadas salvajes (y no sólo las tres hordas, sino también los gleps o los sin madre).

Así, tras un comienzo en la abadía que nos hace concebir grandes esperanzas sobre la calidad de la novela, las dudas comienzan a aparecer a la par que el periplo del hermano Dientenegro / Nimmy al servicio del primero diácono, posteriormente cardenal y finalmente papa Elia Ponymarrón. La pérdida de la virginidad de Dientenegro en su encuentro con AEdra abre un flanco por el que la novela perderá fuelle poco a poco, desde un poco creíble embarazo, pasando por unos hijos que Miller no sabe cómo aprovechar, hasta desembocar en una obsesión que sólo sirve para reencuentros y búsquedas reiterativas. Y la multiplicidad de nombres e incluso títulos que Miller emplea para designar a los principales personajes nómadas (caso por ejemplo de Santa Locura / Chur Hangan) acaba por desorientar al lector.

Con lo cual una buena parte del libro transcurre sin una meta clara, convirtiéndose en poco más que un fresco de la sociedad del Oeste norteamericano del s. XXXIII. Hay episodios más logrados (el cónclave en el que Amén Parajomoteado es nombrado Papa) y otros menos (el ritual por el que Ponymarrón adquiere autoridad sobre las Tres Hordas), pero en general la extensión de muchos pasajes y capítulos no va de la mano con la relevancia de los mismos, lo que refleja el irregular proceso de gestación de la obra. Y el recurso a los "sueños" en determinados momentos se antoja poco adecuado para una novela de ciencia-ficción.

Sólo tras casi 400 páginas la novela adquiere un auténtico propósito (la cruzada de la jerarquía eclesiástica y las hordas nómadas contra el imperio de Texark, el cual controla la antigua sede papal de Nueva Roma) y gana en interés (incluso con algún refrescante episodio de acción). Pero justo entonces Terry Bisson entra en acción y el "meollo" de la cuestión sólo se le presenta al lector por terceras personas y a toro pasado. Aunque al menos es de agradecer su esfuerzo por mostrar el desenlace de cada personaje. Además, el final resignado, sin fe, sombrío, de Dientenegro, que no logra reencontrarse con AEdra, da que pensar al lector, mejorando a última hora la impresión global de la novela, y justificando su lectura.

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